Ahora que es agosto y que tengo tiempo, o que no lo tengo según se mire, me pongo yo a pensar precisamente en eso, en el tiempo. Del tiempo que perdemos y empleamos, el que nos queda y el que hemos vivido… Pero siempre es el mismo tiempo. Para todos.
El tiempo es la excusa más grande que me he puesto en la vida para no hacer cosas: para no correr cuando hace frío, para no aprender francés y para no patinar, que me da un miedo atroz lo de llevar ruedas en los pies.
Hace tres años que pienso que no me faltó tiempo sino la valentía de hacer cosas para mejorar. Si lo hubiera hecho, ahora podría patinar con mis hijas por el paseo marítimo, hablaría un francés perfecto y tendría un hábito de ejercicio que sólo mantengo en verano, cuando ni llueve ni hace frío.
Emprender es como aprender a patinar, hablar francés o correr en invierno. Si quieres hacerlo, lo haces. Y buscas el tiempo de debajo de las piedras o le quitas horas al sueño.
El que tiene un minuto de tiempo, mueve mundos. Yo lo he comprobado. En 2013 tenía un trabajo de ocho a tres; tardaba media hora en llegar a mi casa. A las cinco salían mis hijas del colegio y ya mi tiempo era de ellas hasta las diez de la noche. El padre trabaja para el éxito de los demás y entre semana es como un cliente de hotel con alojamiento y desayuno en casa. Pero tenía la fuerza y las ganas de acabar con un empleo que no me gustaba, arañé horas a las noches y al fin de semana y tuve tiempo para emprender y cambiar de vida.
El tiempo es igual para mí y para ti. La diferencia es que yo tomé conciencia de lo que no quería. Y pude cambiarlo. Así que, no digas que no tienes tiempo para emprender, es más honesto decir que no tienes ganas.
Este invierno, por cierto, seguiré corriendo en diciembre y aprenderé portugués (me hace más falta que el francés). Y prometo calzarme los patines… a ver qué tal se me da con 44 años.