Mi casa

Reprogramarnos en el nuevo modelo económico y social pensar en alquiler en lugar de hipotecarnos y pensar con libertad construyendo un pasivo de negocio

Estaba tan feliz… tanto… El banco nos había concedido el préstamo y por fin iba a tener una casa con jardín, en un lugar paradisíaco junto al mar. Tantos cambios sobre los planos iniciales, la ilusión de mi vida, plantar el césped y las flores y las macetas… ¡Vivir en dos plantas! Era 2003.

Diez años después empecé a dar vueltas a la cabeza, a pensar que el césped gasta demasiada agua, que dejó de ser el sueño de mi vida el jardín y las flores y las macetas. Y en el jardín, las flores y las macetas se escondía mi nueva manera de pensar, mi nuevo yo.

Me educaron en eso: yo tenía que estudiar una carrera, encontrar un trabajo, complementar mis estudios universitarios, ascender en mi empleo, pasar cuarenta años trabajando para otros, si podía ser en una empresa con renombre, mejor. Tenía que tener hijos a los 30 porque corría peligro de que se pasara el arroz. Comprarme una casa, nunca alquilar, porque eso era tirar el dinero. Y pedir una hipoteca al banco, que claro, no me la daría sino tenía una nómina… No fue solo a mí, fue el pensamiento de toda una generación de baby boomers a los que nos programaron el cerebro para hacer lo que se esperaba de nosotros.

Nadie contaba con lo que pasaría a partir de 2007, ni con la cuesta abajo. Pero eso que unos llamaron crisis y otros llamamos cambio de modelo nos enseñó a muchos a desprogramarnos y a buscar alternativas para vivir de otra manera.

Y en 2007 yo, que estaba esperando a mi segunda hija, decidí abandonar mi empleo seguro y maravilloso, el de la nómina. Y en 2010 mi cerebro se reseteó: quizá no quería eso que me habían enseñado que tenía que hacer, quizá la casa de mis sueños no lo era tanto porque había mucho IBI que pagar y mucho gasto de agua en el jardín; no me apetecía pasarme treinta años más de vida trabajando para otros para llegar a los 65 y cobrar una lástima de jubilación que no me permitiera hacer más que sobrevivir; no quería dejar en herencia la casa a mis hijas porque a saber dónde ellas iban a vivir mañana. Y prefería irme cerca de ellas, donde ellas quisieran vivir, en lugar de seguir pagando el IBI y regando el jardín y cuidando las flores y cumpliendo religiosamente con el señor del Santander, que me visita con sus recibos hipotecarios. Ay… quizá no era tan mala opción esa del alquiler…

Mi casa es la metáfora de lo que me ha pasado desde entonces. Y del crecimiento interior que ha supuesto en mí cambiar de vida, cambiar de trabajo y salirme de las normas impuestas. Ahora miro más allá de mi jardín. Y resulta que hay todo un mundo fascinante.

 

 

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